Café.

Ahogaba recuerdos en aquella taza de café. Aquella taza que parecía ser lo único que la mantenía despierta, lo único que la ataba a la realidad. La sujetaba con fuerza, a pesar de que le ardían las manos, el dolor le hacía sentirse viva. Buscaba la verdad en el sabor amargo de ese café sin azúcar. Le quemaban los labios, le quemaba la lengua, por esa razón daba sorbos pequeños; tragaba y el líquido le abrasaba la garganta, notaba cómo bajaba hasta su estómago y flotaba libre. Libre, justo como ella se sentía en aquel momento, libre pero sola, triste, hundida. Jugaba a hacer dibujos sobre la superficie del café, ahora una estrella, ahora un corazón, ahora su inicial...menuda idiota era. La había roto en dos, y sin embargo continuaba dibujando corazones incluso en el café, pobre ingenua enamorada. Las lágrimas de rabia empezaron a brotar de sus ojos, cada vez apretaba la taza más fuerte entre sus manos, cada vez más fuerte, a medida que iba aumentando su dolor, más fuerte, y más, y más hasta que...¡Ploff! La taza estalló en mil pedazos entre sus manos, el café de derramó por sus brazos y empapó la cama en la que estaba sentada. Gritó de dolor, pero no por el dolor físico (aquel que le causaba la elevada temperatura del café al contacto con su piel) sino el dolor que sentía en su corazón, aquel dolor que él había dejado tras marcharse.